dijous, 8 de març del 2018

NOSOTRAS, la sombra del 27

Para celebrar el Día Internacional de la Mujer este relato de Concha Estellés Pascual.



NOSOTRAS, la sombra del 27 


A esa hora imprecisa en la que el día se confunde con la noche, solitaria como un fantasma, repasa Eduarda las páginas escritas. Satisfecha, por fin, aspira el aire limpio y húmedo del anochecer, un silencio denso invade la estancia. Tras el cristal de los ventanales observa la fina lluvia que bajo la farola de la calle se ve caer. 

Cree percibir el aroma a tierra mojada que anuncia el principio del otoño.
Absorta en su trabajo continúa pasando notas y apuntes de las amarillentas hojas repletas de garabatos, de una pequeña libreta que siempre lleva consigo.
Tiene por costumbre sentarse en un banco de la Alameda y, desde allí, observar con disimulo a las niñeras en sus paseos matutinos y los soldados intentando entablar conversación con ellas; a los niños jugando a la peonza y las niñas con sus muñecas de porcelana.
Pobres niñas ricas, destinadas a tener unas vidas vacías y sumisas,¡se lamenta al verlas! Con un suspiro cierra la sombrilla, saca su libreta cerciorándose de no ser observada y con disimulo toma notas breves, concisas, simples esbozos que le permitan más tarde, en la soledad de su habitación,crear sus historias.
Muchas de ellas no serán las historias que quiere escribir y tampoco llevarán su nombre. ¡Está mal visto!, tendrá que usar el de Adebel, seudónimo bajo el que esconderá su identidad. De otro modo, La Díscola jamás será conocida.
El monótono ruido del teclado de la Remington, vuelve a resonar en el silencio de las cuatro pareces vacías. A penas una mesa con su silla enfrentada a la pared, lejos de los visillos que cubren la ventana, para así no ser vista mientras escribe. Junto a la máquina de escribir, que durante horas resuena sin pausa, un candil con luz cálida que acoja a sus personajes, algunos de ellos con su voz propia le susurran al oído, indicándole el camino que quieren seguir, otros más dóciles le dejan hacer y ella es la que les dirige a su antojo, formando parte poco a poco de esos escenarios que imagina. 
Las horas pasan rápidas envueltas en el monótono sonido del teclado, el cielo grisáceo no deja filtrar el sol del amanecer. Satisfecha al fin aspira el aire limpio y húmedo.
En la palancana de porcelana lava sus manos, cuello y cara, lleva las mismas ropas del día anterior, ¡no importa!, su aspecto serio, recatado y elegante sigue siendo el mismo. 
Sacude su falda ahuecando la enagua, recoloca las orquídeas de su moño y frente al espejo se encasqueta el sombrero. 
Con su texto, La Díscola, en el interior del bolso de mano, sonríe satisfecha al contemplar su imagen, recordando el apodo que reciben las mujeres como ella.
«Las sin sombrero», por aquel acto de rebeldía y atrevimiento al quitarse el sombrero frente a la Puerta del Sol.
Ha sido una época convulsa en la que se han tenido que enfrentar a adversas circunstancias. Nada nuevo en realidad para estas mujeres luchadoras siempre en armas contra un mundo, en un tiempo en el que con delicadeza son ignoradas, sin embargo ellas están decididas a abrir nuevos horizontes.
En su pensamiento todas esas mujeres ilustres sin nombre, invisibles compañeras, arrojadas al desaliento en la lucha por un espacio en el mundo de hombres.
Antes de salir a la calle aspira profundamente una, dos e incluso por tres veces consecutivas, se ajusta el corpiño y con paso firme y rígido cierra la puerta tras de sí, adentrándose en el difícil camino que, orgullosa, se decide a recorrer.

Concha Estellés Pascual

Imagen extraída de aquí

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